No es habitual que el subtítulo de un libro lo malvenda, pero Los ángeles que llevamos dentro nos dice mucho más acerca de por qué ha disminuido la violencia. Pinker, catedrático de psicología en la Universidad de Harvard que se dio a conocer por El instinto del lenguaje aborda algunas de las preguntas más importantes que podemos hacernos:
¿son los seres humanos esencialmente buenos o malos? ¿El siglo pasado
ha sido testigo de un progreso moral o de un hundimiento moral? ¿Tenemos
razones para mostrarnos optimistas respecto al futuro?
Si esto les suena como un libro que les gustaría leer, esperen, hay más.
En 1.000 páginas repletas de información, Pinker también escribe de un
montón de asuntos más concretos. He aquí una muestra: ¿Qué le debemos a
la Ilustración? ¿Existe un vínculo entre el movimiento de los derechos
humanos y la campaña por los derechos de los animales? ¿Por qué el
porcentaje de homicidios es superior en los estados del sur de EE.UU.
que en los del norte? ¿Son hereditarias las tendencias agresivas? ¿La
disminución de la violencia en ciertas sociedades concretas podría
atribuirse a un cambio genético en los miembros de las mismas? ¿Qué
relación guarda el coeficiente intelectual de un presidente con el
número de muertes en combate en guerras en las que ha participado
Estados Unidos? ¿Nos estamos volviendo más inteligentes? ¿Un mundo más inteligente es un mundo mejor?
En su búsqueda de respuestas, Pinker echa mano de las investigaciones
recientes en los campos de la historia, la psicología, la ciencia del
conocimiento, la economía y la sociología. Y no tiene miedo a
aventurarse en aguas filosóficas más profundas, como la función que
desempeña la razón en la ética y la pregunta de si, sin religión,
algunas opiniones éticas pueden fundamentarse en la razón y otras, no.
La tesis central de Los ángeles que llevamos dentro es que nuestra época es menos violenta, menos cruel y más pacífica que cualquier periodo anterior de la existencia humana. La
disminución de la violencia se refiere a la violencia dentro de la
familia, en los vecindarios, entre las tribus y entre los Estados. Las
personas que viven en la actualidad tienen menos posibilidades de morir
de muerte violenta o sufrir por la violencia o la crueldad que otros que
las personas que han vivido en cualquier siglo pasado.
Material fascinante
Pinker da por sentado que muchos de sus lectores se mostrarán escépticos
por esta afirmación, así que dedica seis sustanciosos capítulos a
documentarla. A lo mejor esto suena a bodrio pero, para cualquiera que
esté interesado en comprender la naturaleza humana, el material es
fascinante y, cuando la cosa se pone dura, Pinker sabe aligerarla con comentarios irónicos y un toque de humor.
El autor arranca con los estudios sobre las causas de muerte en los
distintos pueblos y épocas. Algunos estudios se basan en los esqueletos
encontrados en yacimientos arqueológicos; el promedio de los resultados
indica que el 15% de los humanos prehistóricos murió de muerte violenta a
manos de otra persona. La investigación de las sociedades
contemporáneas o de cazadores-recolectores más recientes ofrece una
media llamativamente similar, mientras que otro grupo de estudios
centrados en las sociedades pre-estatales en las que hubo horticultura
muestra un porcentaje aún mayor de muertes violentas. En cambio, entre
las sociedades estatales, la más violenta parece haber sido el México
azteca, en la que el 5% de los ciudadanos murió a manos de otros. En
Europa, incluso durante los periodos más sangrientos -el XVII y la
primera mitad del XX- las muertes en las guerras rondaron el 3%. Los
datos confirman la idea principal de Hobbes de que, sin un Estado, lo
probable es que la vida sea “desagradable, brutal y corta”. Sin embargo,
un monopolio estatal sobre el uso legítimo de la fuerza reduce la
violencia. Pinker lo llama el “proceso de pacificación”.
No son sólo las muertes en las guerras, sino también los asesinatos, lo
que disminuye a largo plazo. Incluso esos pueblos tribales ensalzados
por los antropólogos por su “amabilidad”, como los semai de
Malasia, los kung del Kalahari y los inuit del Ártico Central, resultan
tener unos índices de asesinatos que son, en relación con la población,
comparables a los de Detroit. En Europa, la probabilidad de ser
asesinado es ahora menos de la décima parte, y en algunos países solo
la quinceava parte, de la que uno habría tenido de haber vivido hace 500
años. Los índices de EE.UU. también han disminuido considerablemente en
los dos o tres últimos siglos. Pinker considera que esta disminución
forma parte del “proceso de civilización”.
Revolución humanitaria
Durante la Ilustración, en la Europa de los siglos XVII y XVIII y en los
países bajo influencia europea, tuvo lugar otro cambio importante. La
gente empezó a observar con recelo las formas de violencia que
anteriormente se habían dado por sentadas: la esclavitud, la tortura, el
despotismo, los duelos y las formas extremas de castigo cruel. Incluso empezaron a alzarse voces en contra de la crueldad con los animales. Pinker se refiere a esto como la “revolución humanitaria”.
Comparada con el relativamente pacífico periodo que vivió Europa tras
1815, la primera mitad del siglo XX parece la caída en picado en un
abismo moral sin precedentes. Pero en el siglo XIII, las brutales
conquistas mongolas acabaron con 40 millones de personas -no tan lejos
de los 55 millones que murieron en la Segunda Guerra Mundial -en un
mundo que sólo tenía la séptima parte de la población de mediados del
siglo XX. Los mongoles rodeaban y masacraban a sus víctimas a
sangre fría, igual que hacían los nazis, aunque solo tenían hachas de
guerra en lugar de pistolas y cámaras de gas.
Desde 1945, hemos sido testigos de un nuevo fenómeno conocido como la
“larga paz”: desde hace 66 años, las grandes potencias, y los países
desarrollados en general, no han librado guerras entre ellas. Más recientemente, desde el final de la Guerra Fría, una “nueva paz” más amplia parece haberse consolidado. Por
supuesto, no es una paz total, pero se ha producido una disminución de
todas las clases de conflictos organizados, entre ellos las guerras
civiles, los genocidios, la represión y el terrorismo. Pinker admite que
quienes siguen la información de los medios de comunicación tendrán una
especial dificultad para creerlo pero, como siempre, presenta
estadísticas para respaldar sus afirmaciones.
Mujeres, niños, homosexuales
La última tendencia que aborda Pinker es la “revolución de los derechos”,
la repugnancia por la violencia infligida a las minorías, las mujeres,
los niños, los homosexuales y los animales a lo largo del último medio
siglo. Por supuesto, Pinker no sostiene que estos movimientos
hayan logrado sus objetivos, pero nos recuerda lo lejos que hemos
llegado en poco tiempo.
¿Cuál ha sido la causa de estas tendencias beneficiosas? Esta pregunta
representa un especial desafío para un autor que ha argumentado
sistemáticamente en contra de la idea de que los humanos seamos hojas en
blanco sobre las que la cultura y la educación dibujan nuestro
carácter, bueno o malo. No ha transcurrido el tiempo necesario para que los cambios se deban a la evolución genética.
Por tanto, ¿no demuestran las tendencias que Pinker describe que
nuestra naturaleza es más un producto de nuestra cultura que de nuestras
características biológicas? Esa forma de expresarlo da por sentada una
dicotomía simplista de naturaleza y educación. Para los lectores
familiarizados con la literatura sobre psicología evolutiva y su
tendencia a disminuir la importancia que la razón tiene en el
comportamiento humano, el aspecto más sorprendente de la explicación de
Pinker es que el último de los “mejores ángeles” sea la razón.
Los ángeles que llevamos dentro es un libro sumamente
importante. Que abarque semejante cantidad de investigaciones repartidas
por tantos campos es un logro magistral. Pinker muestra de
forma convincente que ha habido una disminución espectacular de la
violencia y resulta persuasivo en cuanto a las causas de dicha
disminución. ¿Pero qué hay del futuro? Nuestro mejor
conocimiento de la violencia, del que el libro de Pinker es un ejemplo,
puede ser una herramienta valiosa para mantener la paz y reducir el
crimen, pero hay otros factores en juego. Pinker es un optimista, pero
sabe que no hay ninguna garantía de que las tendencias que ha
documentado se mantengan. Ante las teorías de que el relativamente
pacífico periodo actual va a saltar por los aires por un “choque de
civilizaciones” con el islam, por el terrorismo nuclear, por la guerra
con Irán o las guerras provocadas por el cambio climático, nos da
motivos para pensar que tenemos bastantes probabilidades de evitar esos
conflictos, pero no más que eso.